domingo, 8 de mayo de 2011

Estados Unidos: lecciones sobre cómo democratizar “al patio trasero”

  
(…)
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
 (…)
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!
                                                                         

                                                                               Fragmento de “A Roosevelt”, poema dedicado por Ruben Darío al presidente de EE.UU., Theodore Roosevelt


Los padres fundadores sostuvieron el ideal puritano del destino manifiesto, consistente en la predestinación del pueblo estadounidense por sobre el resto. Un pueblo que será capaz de corregir a los desviados.
Un pueblo elegido, como pensó un infame cabo austríaco  más de un siglo después, necesita generarse un “espacio vital”. Por aquel entonces (1823) el presidente James Monroe proclamó “América para los americanos”. Desde luego que para los americanos elegidos solamente, o sea los norteamericanos.
El periodista John L. O’Sullivan, es indicado como el primero en utilizar el concepto de destino manifiesto en un artículo de la revista Democratic Review, de Nueva York, en 1845, bajo el sugestivo título de “Anexión”:

“El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.”[1]
Sin perder el tiempo, mientras se sacaban de encima a los franceses de Luisiana y a los españoles de Florida con dinero, empiezan a mirar a una joven nación llamada México. En 1845, le quitan el actual estado de Texas (inmortalizado en la mítica película El álamo, en la que los mexicanos son los malos conducidos por el tirano sanguinario Gral. Santana) siguiendo con una guerra de dos años (1846-1848) luego de la cual, despojan a México de la mitad de su territorio.
En 1898 un barco de guerra de EE.UU estalla en el puerto de la Habana. Inmediatamente con la excusa de estar bajo ataque, EE.UU le declara la guerra a España y la despoja de su última colonia en América, Cuba y de las Islas Filipinas.
Se inició el siglo XX con Theodore Roosevelt como presidente que lleva adelante la política del “big stick“ (gran garrote) que mantiene dictaduras pronorteamericanas en toda Centroamérica.
Desde fines del siglo XIX, EE.UU presionaba a Colombia para construir un canal en su provincia del norte que era el istmo que une al continente americano. Ante la negativa de Colombia, súbitamente estalla un movimiento separatista en Panamá, que al poco tiempo permite la construcción del canal.
El siglo XX continúa reforzando el papel de EE.UU como potencia hegemónica del mundo, particularmente luego de la primera guerra mundial. El periodo de entreguerra muestra el reforzado dominio del “patio trasero”. Franklin D. Roosevelt diría acerca de Anastasio Somoza (padre) dictador títere en Nicaragua: “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
El fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría le darían nuevas excusas a las pretensiones imperiales de EE.UU.: proteger al hemisferio de la “amenaza roja”. Particularmente recordado es el caso de Jacobo Arbenz en Guatemala, que llevando adelante una política de intervención estatal de la economía, fue acusado de comunista y depuesto en 1954 por un militar funcional a los intereses de la empresa United Fruit Company y por lo tanto, de EE.UU.
En 1959 se produce la Revolución Cubana, a la que no le queda más remedio que apoyarse en la URSS debido a la imposibilidad siquiera de apartarse un ápice del destino que EE.UU le había dado a Cuba: burdel y casino donde relajar la dura moral puritana. Esto le costó a Cuba un acoso sistemático por parte de la CIA (Central Intelligence Agency, Agencia Central de Inteligencia) y un bloqueo económico que aun continúa.
La década del 60’ continúa con varias invasiones, siempre con la excusa de combatir al comunismo: Haití, República Dominicana, Santo Domingo, etc. Mientras que la Doctrina de la Seguridad Nacional (política represiva interna, auspiciada por Washington) coordinaba a las dictaduras del cono sur para reprimir conjuntamente a los “elementos subversivos”. Eran los años del Plan Cóndor.
Una coalición de izquierda  logra el triunfo en Chile, llevando al socialista reformista Salvador Allende a la presidencia en 1971. Su proyecto de reforma agraria, la nacionalización del cobre y sus peleas con las empresas de telecomunicaciones norteamericanas, sellaron su destino. El 11 de septiembre de 1973, es derrocado por el general Augusto Pinochet, en un golpe preparado y financiado por la CIA. De inmediato, Chile inicia el experimento de las políticas del economista de derecha Milton Friedman, fundador de la escuela de Chicago (o “Chicago boys”). Es la primera aplicación del neoliberalismo en América Latina, llevando adelante un proceso privatizador y de exclusión social.
A fines de los 70, América Latina está gobernada prácticamente en su totalidad por militares, que se encargan a través de la Tortura y desaparición sistemática de personas, de eliminar a los enemigos políticos de EE.UU. y de sus oligarquías cónsules en cada país.  El guardián de la democracia y de los derechos humanos, enseñaba a militares y policías como realizar contrainteligencia, un eufemismo para la tortura, vejación y exterminio de quien se opusiera al status quo.
A pesar de esto, se produce en 1979, la toma del poder por parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que derroca al dictador Anastasio Somoza (hijo). De inmediato, la CIA organiza a los militares opositores y otros mercenarios que con armamento financiado por EE.UU. atacan desde Guatemala y Honduras a la población de Nicaragua. Serán conocidos como los “Contras” (por contrarrevolucionarios). El cerco imperialista y deficiencias de sus propios líderes, agota la experiencia socialista en este país y los sandinistas son derrotados en 1990 en elecciones libres.
En los 80, salvo por la experiencia ahogada en sangre en El Salvador, los destinos de la región son llevados adelante por democracias formales, amenazadas o influenciadas por el poder militar o por el asfixiante peso de la deuda externa. Esto adquiere una nueva dimensión en los 90, con la implementación del Consenso de Washington (un dossier de medidas similares a las llevadas adelante 20 años antes por Milton Friedman en Chile). Serán años duros para Latinoamérica: El Fondo Monetario Internacional (del que EE.UU. es el socio principal) “aconseja” a los países de la región siempre lo mismo: privatizar, liberar de trabas a la inversión extranjera, flexibilizar las relaciones laborales, reducir el gasto público, etc.
El siglo XXI se inicia con una América Latina quebrada, endeudada, con gran nivel de desocupación, de pobreza, de concentración del ingreso… pero aparecen nuevos sujetos en la escena, como Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador; por nombrar a los más irritantes para Washington. Estos gobernantes reivindican el rol del estado, la redistribución del ingreso, la soberanía sobre los recursos naturales. Ideas que obviamente, se apartan de los lineamientos reservados por EE.UU para la región.
Sin perder el tiempo, la CIA se ha dedicado a desestabilizar cada uno de estos gobiernos, con la complicidad de la mayoría de los medios de comunicación, en mano de conglomerados privados. Esta sociedad obró de una manera desvergonzada y abierta en Venezuela, durante el fallido golpe de estado de abril de 2002. Luego del fracaso del golpe, cuando la mayoría de los venezolanos salieron a la calle a pedir por el regreso de su presidente, Chávez fue liberado por los golpistas y reasumió sus funciones, en una gesta popular sin comparación en Latinoamérica.
Así continúa la región su relación con EE.UU, una relación signada por las ambiciones imperiales y el doble discurso del, a decir de Rubén Darío, Cazador del norte.