lunes, 28 de febrero de 2011

Sobre la crispación



La crispación se refiere según el diccionario, al clima de irritación o exasperación y remite a una de las pasiones humanas más básicas: la ira. Llevado a la  situación política de un par de años a esta parte, se podría pensar en ver a la crispación como un fenómeno indeseable y anormal. Incluso muchas veces es asociado a la aparición de la ideología, ligada a la irracionalidad de las pasiones. De este modo, se podría lograr una gestión aséptica de ideología, basada en la racionalidad del consenso, en el que se contemplaría toda la diversidad de opiniones.
 Lo interesante del consenso es la conceptualización dominante por el que se lo interpreta, a través del liberalismo político. Al respecto, la politóloga belga Chantal Mouffe en su libro El retorno de lo político, dice que:
“El éxito del liberalismo político depende de la posibilidad de establecer las condiciones que hacen posible un tipo de argumentación que reconcilie la moral con la neutralidad. En consecuencia, el reino de la política se transforma en un terreno en el cual los individuos, despojados de sus pasiones y creencias disruptivas y en tanto agentes racionales en busca de su propio beneficio (dentro de las restricciones de la moral), aceptan someterse a los procedimientos que consideran imparciales para juzgar sus demandas.La pretensión liberal de que un consenso racional universal podría ser alcanzado a través de un diálogo exento de distorsiones, y de que la libre razón pública podría garantizar la imparcialidad del Estado, sólo es posible al precio de negar el irreductible elemento de antagonismo presente en las relaciones sociales; […]Concebir la política como un proceso racional de negociación entre individuos es destruir toda la dimensión del poder y del antagonismo (que propongo llamar «lo político»), y es confundir completamente su naturaleza. También es negar el rol predominante de las pasiones como fuerzas que mueven la conducta humana. Por otro lado, en el campo de la política encontramos grupos y entidades colectivas, no individuos aislados; y su dinámica no puede ser aprehendida reduciéndola a cálculos individuales.”
Es interesante como a la crispación se le opone la idea del consenso como panacea para curar todos los males que habría generado. Ahora cuando hablamos de consenso en política, ¿a qué nos referimos exactamente? ¿Acaso habrían deseado Robespierre y Marat, en medio de una amigable visita a Versalles,  alcanzar un consenso con Luis XVI para en el menor plazo posible, aliviar a sus hombros del peso de la cabeza? ¿Deberían haber bajado Fidel Castro y el Che de la Sierra Maestra para reunirse con Batista en el cabaret Tropicana y vasos de ron de por medio, decirle que desearían fusilarlo por marioneta yanqui? Eso si, sin el menor ánimo de confrontar, por supuesto. Estos casos extremos no pretenden servir de comparación  con la actualidad, sino actuar como disparadores para entender la inevitable aparición del antagonismo, la violencia y la lucha por el poder en la política.
Ahora en el terreno del funcionamiento del poder legislativo en democracias, ¿cuántas leyes que beneficiaron a los más débiles de la sociedad se produjeron justamente en momentos de crispación? ¿Los obreros habrían conseguido las 8 horas de trabajo si no hubiesen dejado de manifestarse y hacer huelgas por ello una y otra vez? ¿Los trabajadores muertos que dejó la policía en las calles de Chicago fueron fruto del consenso?
En 1947 se discutía la ley que permitiría votar a las mujeres argentinas. Un diputado de la oposición definió al país como un volcán de pasiones, rencillas y odios, que a su juicio constituía un mal momento para introducir el sufragio. De seguirse ese criterio, se habría postergado una ley absolutamente justa y que ya estaba vigente en Uruguay desde hacía 30 años. Seguramente se puede cuestionar la conveniencia del peronismo en otorgar este derecho. Sin embargo, en ese momento millones de mujeres canalizaban esa demanda históricamente postergada ante quien de manera oportunista o no, accedió a satisfacerla.
El debate político requiere la diversidad y la pluralidad y no el señalamiento al que piensa diferente como “confrontativo” o “crispado”. Acusación que generalmente ocurre cuando el otro no hace lo que yo quiero, o no beneficia mis intereses. Esto produce el ocultamiento de relaciones de poder y antagonismos que deben ser explicitados para ser traídos al centro del debate. Una democracia más amplia no requiere consensos con exclusiones, si no reconocer la diversidad en los valores que guían a los diferentes grupos de la sociedad en todos sus ámbitos. De esa manera se contribuirá a la desactivación del componente antagónico y violento de la política.

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