martes, 8 de febrero de 2011

Réquiem para el Estado de bienestar europeo

                                          


   “El largo plazo  es una guía confusa para la coyuntura. En el largo plazo estamos todos muertos. Los economistas se plantean una tarea demasiado fácil, y demasiado inútil, si en cada tormenta lo único que nos dicen es que cuando pasa el temporal el océano está otra vez tranquilo”
John Maynard Keynes, 1923

“El gran error está en hacer siempre las mismas cosas y esperar obtener diferentes resultados”
Albert Einstein

            El Réquiem (en latín descanso) es una pieza de música clásica, compuesta para conmemorar la memoria de los difuntos. Mozart logró que el que compuso en su lecho de muerte, en 1791, sea uno de los más reconocidos. Si viviese hoy, seguramente, dedicaría su obra a la memoria del Estado de Bienestar europeo, que  a raíz de la crisis actual ha pasado a mejor vida.
            ¿Cómo es posible que ocurriera esto? ¿Cuáles son las causas del derrumbe de una institución insigne de la política europea? Para encontrar estas respuestas, primero debemos establecer a que nos referimos como Estado benefactor (o de bienestar) y cuál fue su origen. El politólogo Norberto Bobbio, dice que:
         “En Europa occidental no es la solución radical la que prevalece sino la moderada, es decir la solución del control social del mercado, el cual no es abolido sino socializado. De tal modo se verifica, como consecuencia más o menos directa de las enérgicas presiones ejercidas por los partidos obreros, el pasaje del capitalismo individualista al capitalismo organizado. El estado ya no se limita a desempeñar las funciones de guardián de la propiedad privada y de tutor del orden público, sino que, por el contrario, se hace intérprete de valores -la justicia distributiva, la seguridad, el pleno empleo, etc.- que el mercado es hasta incapaz de registrar. Los trabajadores ya no son abandonados a sí mismos frente a las impersonales leyes de la economía y el estado siente el deber ético-político de crear una envoltura institucional en el cual ellos estén adecuadamente protegidos de las perturbaciones que caracterizan la existencia histórica de la economía capitalista.
En consecuencia, el desarrollo económico ya no se regula exclusivamente por los mecanismos espontáneos del mercado, sino también, y en ciertos casos sobre todo, por las intervenciones económicas y sociales del estado que se han concretado esencialmente en los siguientes puntos:
·         expansión progresiva de los servicios públicos como la escuela, la casa, la asistencia médica;
·         introducción de un sistema fiscal basado en el principio de la tasación progresiva;
·         institucionalización de una disciplina del trabajo orgánica dirigida a tutelar los derechos de los obreros y a mitigar su condición de inferioridad frente a los empleadores;
·         redistribución de la riqueza para garantizar a todos los ciudadanos un rédito mínimo;
·         erogación a todos los trabajadores ancianos de una pensión para asegurar un rédito de seguridad aún después de la cesación de la relación de trabajo;
·         persecución del objetivo del pleno empleo con el fin de garantizar a todos los ciudadanos un trabajo, y por lo tanto una fuente de rédito.” (BOBBIO, Norberto, Diccionario Político, archivo .PDF, pág. 4)

El Estado keynesiano, surgido de las ideas del economista británico John Maynard Keynes, tiene su origen en las agudas crisis capitalistas de principios del siglo XX. Frente a la idea ortodoxa de que la oferta crea su propia demanda, Keynes como ya lo había descubierto Marx, encontró una realidad muy distinta a la propuesta por los adoradores del mercado. El capitalismo venía manifestando crisis de sobreproducción desde fines del siglo XIX, que desembocaron en la depresión del ’30.
La tendencia de los empresarios a utilizar maquinas en reemplazo de obreros y la poca paga que estos recibían, impedía el acceso a los bienes que no tenían compradores y se apilaban en los almacenes. De ahí Keynes extrajo su visión respecto de que el Estado debía asegurar esa demanda, interviniendo como empresario y proveyendo las obras necesarias para aumentar la producción, a la vez que aseguraba una política de pleno empleo. Esto quería decir, que los salarios serían elevados, ya que nadie estaría dispuesto a hacer el trabajo de otro por menor remuneración.
Para las corrientes clásicas del liberalismo, la mano invisible del mercado solucionaría el desequilibrio en el largo plazo, ya que al haber poca demanda, los precios bajarían, la demanda se reactivaría y con ello la necesidad de mano de obra. Pero como bien dijo Keynes, en el largo plazo todos estaremos muertos.
Esta es la gran diferencia entre el Estado benefactor y el keynesiano: mientras que el primero redistribuye a través de las cargas sociales, el segundo lo hace mediante el fortalecimiento del mercado interno y la expansión monetaria. 
Otra diferencia entre estos modelos de Estado corresponde a las diferentes etapas históricas en las que cada uno  apareció como opción de conformación de la política de Estado: si el Keynesianismo, surge con toda su fuerza en la década del ’30, llevado adelante especialmente por el presidente Roosevelt, en EEUU (en lo que se conocería como el “New deal”, nuevo acuerdo), el Estado de Bienestar apareció en otras circunstancias y varios años antes.
La prehistoria del Estado de bienestar, debe rastrearse en Europa occidental, sobre el último cuarto del siglo XIX. En Inglaterra, se encuentra incluso un antecedente que venía desde el siglo XVI: las Leyes de pobres (Poor Laws) que se trataba de juntar fondos mediante un impuesto a nivel local y repartir esa ayuda en las parroquias del pueblo. En Francia, durante la Segunda República (1852-1870), se adoptó el término "Estado-providencia" (État-providence). Durante el Segundo Reich (Imperio) Alemán, se acuñó entre los socialistas, el término Wohlfahrtsstaat, para referirse a las medidas sociales que inició Otto Von Bismarck como canciller luego de la unificación alemana en 1871.
Si el Keynesianismo encuentra su origen y consolidación en la acuciante situación económica de occidente en la década del ’30; el Estado benefactor aparece auspiciado por los conservadores europeos para alejar a los obreros del creciente movimiento comunista que se expendía por Europa. De hecho, la crítica que se le hace por izquierda consiste, justamente, en esa labor adormecedora que el Estado de bienestar realiza con el proletariado.
Tanto el Estado de Bienestar, como el Keynesiano, encontraron el principio del fin de su primacía con la crisis del petróleo de principios de los ’70. Algunos autores ponen este evento como causa por el derrumbe del desarrollo centrado en el bajo precio de los combustibles. Al terminarse esa posibilidad, se debe recurrir a planes de ajuste por el mayor gasto que implicaba el transporte y la energía en general.
En cambio para autores que lo ven desde una posición crítica, el principio del fin del Estado interventor, tiene que ver con un cambio en la correlación de fuerzas a nivel social. En efecto, lo del petróleo sería una excusa para iniciar un programa neoliberal de gobierno, que implica el retorno de la iniciativa privada a escena en desmedro del actor estatal, corrupto e ineficiente. Para Alan Touraine, el motivo de la expansión de este nuevo paradigma, no es otro que la expansión vertiginosa de las multinacionales durante la década del ’60.
Conscientes del poder que alcanzaron en la mayoría de los países, se lanzaron a destruir ese contrato social que había regido por más de cuarenta años. El motivo no era otro que aumentar la tasa de ganancia, menguada por las cargas sociales y las regulaciones que les imponían los estados nacionales, para proteger a sus industrias y realizar la asistencia social.
Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en EEUU, se encargaría de llevar adelante esta “revolución neoconservadora”, iniciando un largo ciclo de privatizaciones y desregulación en cada uno de sus países y que se expandirían al mundo entero. De la mano de Milton Friedman, el padre de la escuela de Chigago (y de los tristemente célebres Chicago boys), la intervención del Estado y las políticas públicas se convirtieron en mala palabra. Pronto sus enseñanzas serían la biblia de sangrientos dictadores de todo el mundo, de hombres de negocios y de organismos supranacionales como el FMI.
Estas ideas serían condensadas en el decálogo del Consenso de Washington, de 1989. Este programa, diseñado para América Latina, sería llevado durante la década del ’90 a todos los países subdesarrollados del mundo:
1.  Disciplina fiscal
2.  Reordenamiento de las prioridades del gasto público
3.  Reforma Impositiva
4.  Liberalización de las tasas de interés
5.  Una tasa de cambio competitiva
6.  Liberalización del comercio internacional (trade liberalization)
7.  Liberalización de la entrada de inversiones extranjeras directas
10. Derechos de propiedad (GIROUX, Henry A., El neoliberalismo y la crisis de la democracia, htttp://abc.gov.ar/lainstitucion/revistacomponents/revista/archivos/anales/numero01-02/ArchivosParaImprimir/6_giroux.pdf)
Diez años después, los resultados eran contundentes: la pobreza en países como Argentina pasó del 13% a más del 50% de la población, la concentración del ingreso superó todos los records, las empresas de servicios públicos estaban en manos de empresas europeas o norteamericanas que cobraban la tarifas más altas del mundo sin invertir en mejorar los servicios y otros muchos logros que demostraron el fracaso del dogma neoliberal.
Si bien Europa, sufrió un proceso privatizador y desregulador, no alcanzó el nivel de los países de la periferia capitalista, y gran parte de sus beneficios sociales permanecieron indemnes. Seguros de desempleo,  asignaciones especiales por hijo, jubilaciones generosas y otras muchas protecciones a la salud y educación pública, soportaron el vendaval del ajuste.
            La explicación podemos encontrarla en el gran crecimiento que algunos países europeos desarrollaron por las inversiones realizadas en América Latina y Europa Oriental. Los déficits de sus políticas de servicios baratos eran suplidos y superados por las suculentas ganancias que empresas como Telefónica de España y Telecom Ítalo-francesa, lograban en países como Argentina.
            Todo cambió con la crisis de 2008 iniciada por las hipotecas impagables de EEUU. La burbuja especulativa estalló cuando los créditos riesgosos para viviendas, no pudieron ser pagados. De repente, todo el dinero ficticio que rebotaba en la ruleta del casino global, desaparecía de los cálculos especulativos, bajo el manto de otra crisis por insuficiencia de demanda. Efectivamente, el dinero se había convertido en un bien para el que no había demanda, pero con los malabares de Wall Street los créditos “ninja” (por el riesgo que implicaban)  se habían convertido en jugosos paquetes de inversión para todo el mundo.
            Europa construyó parte de su crecimiento de las décadas del ’90 y 2000, en base a la ampliación de la zona Euro. Mientras que Francia y especialmente Alemania, se fortalecían con una moneda fuerte, países más atrasados como Grecia, Italia y España, se endeudaban por no poder exportar ni competir con sus vecinos más industrializados. El hilo nuevamente se cortó por lo más delgado: Grecia, que manipuló sus números macroeconómicos para ser aceptada en la Unión Europea, mintiendo sobre su déficit fiscal, mucho mayor que el 3% exigido, y España e Italia se encuentran endeudadas por sumas que superan el PBI anual.
                El incendio se avivó por tres razones que enumeró el economista Claudio Katz, en el programa Visión 7 internacional del sábado 29 de mayo:

1.       “La transferencia brutal de dineros públicos que implicó el salvataje a los bancos. La Unión Europea hizo una transferencia de 650 mil millones de Euros, no para salvar a Grecia, sino para salvar a los bancos que le habían prestado.
2.       Invertir en Europa hoy es menos rentable para las grandes empresas que invertir en Asia. La mano de obra es mucho más barata y las empresas trasnacionales (incluso las de origen europeo) se están trasladando. Sube el desempleo, sube la pobreza y la desigualdad social. Esto impone un ultimátum: O bajan el nivel de vida o nos vamos. O sea, bajar el costo laboral de manera drástica para aumentar la competitividad, la rentabilidad y todas esas cuestiones tan caras al discurso neoliberal.
3.       Europa tiene una unión económica, pero no hay un Estado europeo capaz de administrar una crisis de estas características. Entonces las grandes potencias tiran cada una por su lado: Inglaterra se recuesta en el dólar, Alemania, se debate entre liderar el ajuste o soltarles la mano a los países más desvalidos de la unión y Francia que quiere sostener a la unión, pero carece del poder para hacerlo.

Entonces con estas tres condiciones, continúa Katz, se ha desatado una carrera por ver quién ajusta más. Por lo tanto, lo que entra en juego no es una coyuntura, sino un cambio de época en el que se evalúan los mejores caminos para desmantelar el Estado social europeo. Se activa el chantaje de decir ‘si no hacemos esto, los mercados nos hacen una corrida’ y de esa manera todos los partidos europeos, ya sean socialdemócratas, liberales o conservadores hacen la misma política.
El discurso neoliberal se impone y afirma que los obreros griegos no trabajan lo suficiente, el Estado es corrupto, hay un gasto social excesivo, los jubilados españoles ganan demasiado, los trabajadores franceses tienen vacaciones. En definitiva, que la crisis se produce porque los europeos han vivido demasiado tiempo por encima de sus posibilidades y ahora llegó el momento de hacer el ajuste.” (Desgrabación de la entrevista al economista Claudio Katz, realizada en el programa Visión 7 internacional, http://blogs.tvpublica.com.ar/internacional/page/8)

Este discurso es el mismo que venimos escuchando desde el Consenso de Washington, y que aún produciendo los efectos que produjo en el resto del mundo, sigue siendo la corriente económicamente dominante en Europa. Es un discurso que favorece a los grandes bancos y empresas que conforman el establishment europeo y que por ello es el que se ha impuesto.
Alemania por estos días, ya ha implementado el mayor paquete de ajuste de su historia, mientras que Italia y Gran Bretaña van por el mismo camino. Grecia, Portugal y España avanzan sobre gravar el consumo, subiendo el impuesto a combustibles y el porcentaje del IVA. Por estas pampas, ya sabemos adónde conducen esas medidas: se entra en una espiral en la que al reducirse el consumo, se reduce el empleo, los salarios y así sucesivamente.
Socialmente, se destruyen los lazos sociales, se impone el individualismo y la desprotección del Estado se ensaña con los más débiles y se produce una enorme transferencia regresiva de ingresos.  Algunos autores como Noam Chomsky, denominan este nuevo rol del Estado como “Estado de malestar”.
Ante estos acontecimientos, los argentinos debemos recordar. Las experiencias vividas deben ilustrarnos sobre el destino de Europa, la película se repite y el final no va a cambiar. El Estado tiene un rol esencial en la sociedad, brindando derechos de ciudadanía, no asegurando la disponibilidad de consumidores mansos para los especuladores de turno.
Argentina pasó de ser la sociedad más igualitaria de Latinoamérica, a una de las más injustas. El discurso de Martínez de Hoz del 2 de abril de 1976 hablaba de terminar con el “intervencionismo estatizante y agobiante de la actividad económica, para dar paso a la liberación de las fuerzas productivas”. Ya sabemos en qué consistió esa “liberación” y la ilustrada Europa, la tan entrañable tierra prometida de muchos intelectuales argentinos, va guiada por los cantos de sirena de la mitología librecambista derecho a estrellarse contra la misma piedra que nosotros.  

2 comentarios:

nickraro dijo...

Si bien el articulo es muy extenso y trata de varios temas y de varias épocas, hay algo que tomo como punto de partida de mi comentario.

Si algo estatal funciona mal y algo privado funciona bien, ¿que hay de mal en privatizar? y si seria a la inversa valdría la pregunta correspondiente.

No creo que un modelo u otro sean los equivocados, sino como es llevado a cabo. Ejemplo en la argentina actualmente esta creciendo el empleo publico, eso seria positivo sino ocurrirá que el personal publico es mas ineficiente que el privado.

No creo que un modelo u otro sean los que están mal sino como es llevado a cabo y por quien.

Es fácil, luego de un tiempo decir tal modelo no funciono, lo difícil es decir exactamente porque no funciono.

Saludos y éxitos en este nuevo blog.

ArielVM dijo...

La extensión se debe a que era un artículo elaborado para el final de una materia.
Más allá de quién y como se lleve a cabo una privatización, hay lógicas de funcionamiento que son inherentes a lo público y a lo privado. Que una empresa busque ganancias, está bien para una fábrica de fideos o gaseosas.
Ahora, cuando hablamos de un sistema de salud o el tendido cloacal, son funciones que deben ser exclusivas del Estado y no ser guiadas por el afán de lucro. Supongamos que una ciudad X concesiona el sistema de cloacas o iluminación, la empresa privada privilegiará aquellos barrios con mayor nivel adquisitivo y dejará de lado los económicamente menos viables. Lo mismo ocurre con el sistema de salud, lo que podés comprobar tranquilamente viendo el documental "Sicko" de Michael Moore. El Estado garantiza derechos para todos (y si no cumple se le debe reclamar), no sólo para los consumidores que pueden pagar.

Gracias por ser el primer comentarista.

Saludos.